de Victor Sawdon Pritchett
(La Bestia Equilátera, 2011)
Se sabe, cada época reconstruye el relato interpersonal, la
manera en que se manejan los afectos, su ética. Hoy, el amor ciego es más aquel
que nos oculta los defectos de la otra persona que el enceguecido que vuelve
loco al
Orlando de Ariosto. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor
entonces? Pritchett pregunta donde Carver afirma, colocando sus respuestas tan
lejos de la ironía pesimista de éste como del cliché rosa de las telenovelas. Su
respuesta se mueve en el circuito de mistificaciones, prohibiciones y miserias
que llevan a negar al deseo para perpetuar la hipocresía de las buenas maneras.
Alrededor de esta hipocresía asumida con reparos íntimos, entreteje las tramas
con voces que hablan de un universo amenazante aunque precario, como si en
algún punto entendieran que la intimidación de las jerarquías no es tan
terrible.
Victor Sawdon Pritchett,
(Gran Bretaña, 1900-1997) trabajó en su juventud en un almacén de
curtidos, fue viajante comercial y ayudante de fotógrafo en París. Verdadero
autodidacta, su trayectoria incluye entre otras cosas ser escritor de cuentos,
novelista, crítico, biógrafo, trotamundos, consultor de Hitchcock, hacer
propaganda y guiones para los aliados. Fueron sus cuentos -que comenzó a publicar
en “La virgen española y otros relatos” (1930)- los que contribuyeron a su fama.
Amor ciego se publicó originalmente en 1969; un año antes los
Beatles habían estrenado su película Submarino Amarillo. Con las guerras
mundiales el centro del mundo se había desplazado de Londres a Washington. La
inocencia se había perdido en Auschwitz.
Aparte de ser objetos estéticos, tanto Submarino Amarillo como Amor
Ciego son piezas arqueológicas que reflejan lo que ocurría en esos años.
Mientras en la película, la música de los Beatles batalla contra los Blue
Meanies -criaturas malvadas que oprimen al planeta volviéndolo un lugar
aburrido-, en sus cuentos Pritchett no cae en maniqueísmos, por lo que el
monstruo invisible que intimida al personaje de “El santo” – y que bien podría ser interpretado como un pariente de
los adversarios de los cuatro de Liverpool- está ahí simplemente, y lejos de asustar más
bien se internaliza en los personajes, haciéndoles dudar de su fe: “el simio que
a mí solamente me seguía ya estaba dentro del señor Timberlake, comiéndole el
corazón”. El sueño de la razón produce monstruos, nos dice Goya. Pritchett agrega:
“la vida era un sueño, pensé; no, una pesadilla, porque el simio estaba ahí, a
mi lado”. Por eso trata de mantener a la razón lúcida, despierta. Probablemente
eso torna torpes a los protagonistas. Si estas historias fueran un programa
cómico de TV inglés sus protagonistas serían sucédanos del conocido personaje
de Mr. Bean que tratarían de disimular con indeferencia burocrática sus tanteos
al vacío. En un mundo en el que los otros se mueven con la comodidad de saber
que están siguiendo códigos preestablecidos los personajes de Pritchett se
permiten dudar sin encontrar respuestas y continuar viviendo de manera digna.
En la búsqueda de este nuevo sentido están solos y se ven obligados a esconder
sus intentos ante los demás. Imaginemos un episodio de Mr Bean en que los demás
son Benny Hill: los guiños de Benny no encontrarían complicidad en Mr Bean, quien
los miraría con una perplejidad absoluta e hilarante.
Esta profunda fe en la razón consciente, esta visión ética
del mundo, es acompañada de una prosa nutrida en descripciones, como si
quisiera darnos a entender de esta manera las eventualidades de cada personaje
y justificar sus procedimientos. Quizá esto provoca a sus protagonistas a esperar
el desenlace de sus conflictos con calma, resignados al contexto de su
existencia. No es positivismo lo que pregona. Él cree en el hombre.
Carl Schmitt plantea en El concepto de lo político que la idea
de amigo/enemigo nace de la expresión de la necesidad de diferenciarse. El
contraste entre nosotros/ellos establece un principio de oposición y
complementariedad. Nos construimos a partir de las diferencias. Esas mismas
diferencias vuelven otro al enemigo, y sirven de coartada para el exterminio,
para la esclavitud.
Con su narrativa, Pritchett intenta acercarnos a la
experiencia del otro como semejante: nos invita a reconocerlo en su humanidad
sin particularizarlo. “Qué irreal parece la gente bajo las lámparas de sodio”
dice en “La bella de Camberwell”. Hay
que ver con todas las luces del día. Intenta formar en sus lectores una razón
de los sentidos, una razón que no sea ciega, que no se deje obturar. Esa es su
esperanza. Como le hace decir en “El
regreso” a un ex combatiente: “mientras nosotros considerábamos la guerra
como una desgracia que nos había ocurrido a nosotros y a los de nuestro bando,
él la consideraba una desgracia que les había ocurrido a todos”. Hay que ver
antes de juzgar. Es esa actitud la que lleva al narrador de “Sentido
del humor” a sentirse orgulloso de la muerte en un accidente de su
contrincante en el amor de una joven. Sentirse orgulloso de la muerte de
alguien es raro, ¿no? El significado de la palabra orgullo para la Real Academia es “arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es
disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas”. El personaje no está
orgulloso de la muerte, está orgulloso porque tanto su contrincante, como la
joven deseada, como él mismo hicieron bien las cosas.
Afortunadamente esta didáctica es
acompañada en la escritura por argumentos simples, sin moralejas, de
manera que la pretensión ética pase disimulada. Pritchett
quiere enseñarnos a ver, no darnos anteojos. El cuento
que da nombre al volumen puede resumirse en un ama de llaves que esconde una
horrible marca de nacimiento y que se enamora de su jefe –un no vidente que lleva
su ceguera con disimulo para mantener su dignidad-. La metáfora se teje entre la
ceguera de los ojos y la ceguera de las acciones cuando el ama de llaves ve su
engaño amenazado al recurrir el ciego a un curandero para devolverle la vista.
Al comenzar la lectura de cualquiera de estas historias uno
queda atrapado. Barthes señalaba a propósito de la fotografía dos elementos: el
studium y el punctum. El studium tiene que ver con el significado universal de
una fotografía. El punctum, en cambio, es personal “puede llenar toda la foto”
(....) aunque “muy a menudo sólo es una detalle”.
Son los detalles lo que dan intensidad a estos relatos,
tanto que inquietan.
Publicado en No-retornable