Tenía yo veintiocho o veintinueve años. Me había quedado sin trabajo y eso no podía importarme: estaba en un período en el que no se piensa, sólo se siente, en el que las cosas pasan como si formaran parte de una película y no de tu propia vida. No hacia más que levantarme temprano para escaparme de casa antes de que padre tuviera oportunidad de atraparme con discursos que -él suponía- harían de mí una persona de provecho. Las más de las veces me iba caminando hasta el centro, solía llegar a la plaza Rivadavia alrededor de las nueve y cuarto. Casi siempre me sentaba en el mismo banco. Ahí leía algo o no más miraba subir al sol. Regresaba a casa para almorzar y tirarme a dormir la siesta. Ni bien anochecía volvía a salir.
Los días de lluvia tomaba el micro y me iba a pasear por galería Visión 2000 o visitaba algún amigo -lo cual, además, me proporcionaba los placeres de un segundo desayuno.
Fue en uno de esos días en que Paula llamó a casa. Yo estaba durmiendo siesta y su llamado me despertó. Debo acotar que no hay nada que me moleste más que el que me despierten de la siesta. De mal humor atendí, pese a que Paula aún me dolía. Su voz me enterneció al punto. Me pidió que vaya a verlo presuroso, que me necesitaba. Al cortar me descubrí despierto y asombrado, no tanto por el pedido sino por el hecho de que acudiera a mí luego de tanto tiempo. Me vestí a las apuradas y fui en bicicleta hasta su casa, esto es a unas cuarenta o cuarenta y cinco cuadras de la mía. En menos de quince minutos estaba ahí. Al llegar me sorprendió que la puerta de calle estuviera abierta. De todos modos toqué timbre y, como era de esperar, nadie atendió, así que apoyé la bicicleta en el marco de la puerta y entré. Adentro estaba todo oscuro, aparte de la puerta todo estaba cerrado. Intenté encender las luces pero fue en vano. Recorrí las habitaciones con miedo, como adivinando lo que habría de encontrar. A tientas llegué hasta el dormitorio más lejano y allí la encontré, llorando.
Pero disculpe mi bárbara exposición. Usted lo que quería saber era qué le había pasado a Paula y no mis peripecias. Vayamos al grano. Claro que hace tiempo de lo ocurrido, tanto que la memoria se me escapa -usted sabe que me estoy refiriendo y por eso no se lo voy a explicar. De todos modos le diré que antes que yo, Augusto César Moreno, tuviera tiempo de gritar o correr, ella me miró con esa carita tan linda que tiene. He dicho que la casa estaba a oscuras, en ésta habitación un poco de claridad se filtraba a través de unas ranuras en las ventanas. Eso me alcanzaba para distinguir los contornos de las cosas. Así fue que pude darme cuenta que la habitación había sido vaciada: no había muebles, ni cortinas, ni posters en las paredes; nada, sólo el cuarto vacío y Paula atada a una silla, llorando. De pronto como que me reconoció y dejó de llorar, bajó la vista y dijo, con una voz que jamás le había escuchado: “Te quiero, aunque no lo entendás”. Yo, mismo que un payaso, me puse a saltar y dar volteretas por el cuarto con una agilidad desconocida en mí y que sorprendería hasta a la mismísima tía Eugenia -y eso que ella no es de sorprenderse fácilmente.
Entretanto Paula había cambiado el semblante, ahora daba miedo verla, había empezado a sudar en demasía, parecía como que se estuviera hinchando, las ataduras se iban ajustando cada vez más a su cuerpo. Sus labios húmedos y pesados se movieron con lentitud para decir: “Que lejos parecen estar los días en que creíamos estar salvándonos”, con una voz de ceniza que se multiplicó en el cuarto, incesante. Yo no sabía que hacer, se me antojaba liberarla de esas ataduras que lastimaban su cuerpecito, pero algo me daba a entender que Paula estaba cómoda con esa situación. Quise hacerle una pregunta, hablarle de cualquier cosa, y de mi boca salieron burbujitas que explotaron suaves delante de su rostro. Eso la hizo reir.
Después me dijo: “Acercate ¿Te acordás que vos querías un himno de mis ojos?”. “Sí”, le contesté mientras me acercaba viendo como las cosas cambiaban y ahora estábamos frente a su casa, en otro tiempo, ella sonriendo mientras enmarcaba sus ojos con las manos. Y el cuarto volvía a cambiar en otra cosa siempre distinta, en todos los recuerdos o sueños que tuve de ella jamás. Y siempre cambiar hasta que todo quedó en un pantano en el que estábamos enterrados en cápsulas de vidrio. Me movía lentamente entre el lodo queriéndome liberar de la cápsula. Así andaba contorsionándome como gusano, esforzándome por llegar donde Paula. Todo parecía lejano y difuso, me creía incapaz arrastrando pesadísimas cadenas. Y el pantano se tiñó de rojo, era una inundación de sangre, ella se encontraba pariendo a través de sus manos destrozadas (el volumen parido escapó ágil de la madre y en el acto trató de pararse para luego caer dando llamaradas de fuego y morir, cosa que yo no esperaba, tornándose un coágulo deforme y pegajoso chorreante). A todo esto ella repetía en el inmóvil sol secreto de sus labios podridos y agusanados la frase: “Que lejanos parecen estar los días...”, como si eso la salvara, como si las palabras sirviesen de algo estos tiempos de Dios y las lágrimas apagasen el dolor de estas llagas en mi cuerpo. Me sentía cada vez más helado, cada vez más paralizado, como si también mi sangre se estuviera perdiendo. Llagándome a matar mi vientre reventó manchando todo contorno de un amarillo-verdoso increíble. Sentí desinflarme, toque la nada cuando no hubo tiempo y en las espaldas el dolor como de algo queriendo nacer me obligó gritar al perder mi forma como un aguaviva derritiéndose al sol. En ese momento ella pidió mis ojos como ofrenda y yo se los di, orgulloso. Ella los tomó (¿Con sus manos? ¿Con sus piernas? ¡No! Con su cabeza, acomodándolos con su cuello entre el mentón y el pecho) y se los comió gustosa antes de preguntar: “¿Qué se habrá hecho de las causas perdidas? ¿A dónde irán a parar las banderas destrozadas?”, e incendiarse completamente como un sol y ascender por los aires mientras yo simplemente me convertí en una mancha informe en el piso de su cuarto que ella borró con el solo poder de su belleza al cantar “La pulpera de Santa Lucía” y volverse más linda que nunca con ese ardor en los dientes que invita a los ocasos a danzar detrás de las cortinas.
29.11.05
22.11.05
Mi hermana, mi papá, mis vecinos
Todo nos marca. Mi hermana -que la tuve- murió
cuatro días antes que yo naciese -eso fue en Bariloche-.
Por fotos y diapositivas la conozco.
Nunca me expliqué su muerte.
Ese día hacía frío -me dijeron- y ella estaba como resfriada
y se ahogó
con sus propios mocos. Papá
la estaba cuidando. Al verla agitarse
la tomó entre sus brazos y sin saber qué hacer
corrió hacia el hospital. Ella llegó muerta. Por mucho tiempo
mis papás lloraron su muerte -era la primer hija- y se culpaban.
Cuando después aprendieron el simple ejercicio
que desahoga los pulmones se persiguieron aún más.
Ella no cumplió el año.
Al yo nacer ella ya era nadie pero su fantasma
siempre me hizo sombra. La beba que conocí en las imágenes
siempre fue la más hermosa.
Se llamaba Solange de las nieves, y la nieve
que un día encendió su rostro
luego cubrió su tumba. Más de una vez la imaginé a mi lado,
fuerte, cálida, segura, protegiéndome, contándome secretos,
peleándome, pero eso no pudo ser.
Mucho después, ahora ya en bahía,
teníamos vecinos con lo que -vaya a saber uno por qué-
estábamos peleados: discusiones tontas,
insultos porque nosotros -que éramos chicos-
jugábamos cerca de su vereda o tirábamos la pelota en su patio.
No nos hablábamos. Así las cosas una noche
la vecina llegó asustada. En sus brazos tenía
al más pequeño de sus hijos que con la cara violeta
se esforzaba en respirar. Pedía ayuda. Rápido papá
agarró el auto y subiéndolos corrió al hospital.
Lo acompañé. En el viaje él iba dando instrucciones
de eso que se llama primeros auxilios. Y el nene
vomitando una flema espesa y verde, volvió a respirar.
Los dejamos en el hospital. Papá no dijo nada.
Nuestra vecindad no mejoró por esto.
Todavía las pelotas que caen en su patio se pierden,
y la vecina se queja por los ladridos del perro,
porque pisamos su vereda,
o porque la miramos mal.
17.11.05
Trabajos
Fui niño. En el patio de la escuela
tuve el umbral de una puerta donde en los recreos
me sentaba y leía solitario. A veces miraba el cielo
y las nubes eran gigantes que caían sobre mí y me aplastaban.
Hoy nadie me diría niño. Al tomar el ladrillo
y depositarlo sobre la mezcla, al trazar la línea en el plano,
al firmar documentos creo riqueza y soy compensado por ello.
Mas todavía busco la soledad y me olvido en libros.
El paso del tiempo no enseña, apenas si me golpea
con su vara para domarme y volverme tímido.
El trabajo aja las manos. El calor endurece la espalda.
En invierno las heridas no cicatrizan, se rajan
volviéndose cada vez más profundas.
La cal se entremete en ellas y el ardor
es tanto que se olvida.
También el borde del papel lastima
dejando heridas invisibles que con suspenso
se van poblando de sangre. Todas las heridas dejan cicatrices.
Cada día se ensaña conmigo, y al irse se lleva algo.
Poco dejan. Al verme en el espejo nunca me encuentro igual.
La carne se vence, los dientes se caen, el cabello pierde su color
y me abandona. Por dentro me voy pudriendo.
Sólo puedo dormir cuando tengo los músculos agotados
por el trabajo. Mirándolas con calma
esas nubes todavía me asustan. El paraíso se ha perdido.
15.11.05
el que cuando ve llorar...
no se si a ustedes les ha pasado, pero a mi sí, y es muy raro. iba caminando por el centro de ésta mi ciudad -Bahia Blanca- pensando en puras pavadas, como hago la mayoria del tiempo, y acaso un poco contento, porque despues de la lluvia de ayer el sol iluminaba con ganas. sí, la vida era hermosa en ese momento. pero he aqui que cuando cruzo la calle veo -sentada en una cabina de telefonos, con la mano apoyada contra el vidrio, dirigiendo su mirada hacia mi, como pidiendo ayuda- a una perfecta desconocida llorando. miles de veces he cruzado la mirada con gente que no conozco y que acaso jamás conoceré, y eso no ha significado nada. pero ese llanto, esa mirada reclamandome ayuda me arruinó la mañana. y ya no pude disfrutar del día. y me sentí como un perfecto cobarde por no haber entrado al locutorio a ofrecerle un auxilio que de seguro le hubiera sido inútil.
11.11.05
me duele la cabeza....
ahora pienso que no hay error en el amor. se ama, pues.como dijo Voltaire; "buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tiene una".
hoy me siento muy cerca a Otro viaje de 1000kms en bondi, Lore In Cælo, Macedurando, Cortina de Humo y ANNA BANANA
9.11.05
cuando escribo
En estos días ya no puedo escribir tanto. Yo que ejercitaba veramente mi oficio, que escribia aunque más no sea 1/2 hora por día por el hecho de no perder el mentado oficio descubro que eso ya no me sirve. Mantener el hábito de escritura, obligarse a crear, a modelar palabras es algo que me está cansando.
Lo que no quiere decir que deje de escribir. Quiza se deba a mi "romanticismo" (nunca peor empleada dicha palabra) pero he decidido no escribir a no ser que no sienta la necesidad de escribir. A no ser que desde dentro mis voces reclamen ser muertas en tinta.
Por demás queda claro que ahora voy a escribir por placer no más.
He dicho.
8.11.05
Discusión atemporal (cualquier día, cualquier hora)
"Quiero llegar
y ya no sólo caer"
Luis Alberto Spinetta
Luis Alberto Spinetta
Tambores suenan.
Véola frente a mí. Sonríe fervientemente.
"Ropa sucia", pienso.
El sol escapa a zancadas tornasoles. ¿Qué decir?
Sobre su cabeza ronda una idea. (Dentro)
A la lejanía un grupo de gente danza baile ritual.
Mis neuronas pispean a la rondadora. Tratan de atraparla, de comprenderla pero no pueden.
La pantera acecha.
A mi lado se sienta. Acaríciole los cabellos.
Ofúscase y quítame la mano.
La pantera salta.
El baile se detiene. Chamán del grupo enciende fogarata.
Levántase ella. Trato de detenerla.
La pantera cae sobre el flamenco.
El fuego crece y el grupo retorna al baile.
"No hay nada que hacer", pienso.
El sol se ahoga tornado de soles.
Acelérase el baile a un punto inhumano.
La pantera troza al flamenco en sintonías rosas.
Ella se va.
Tambores suenan.
Véola frente a mí. Sonríe fervientemente.
"Ropa sucia", pienso.
El sol escapa a zancadas tornasoles. ¿Qué decir?
Sobre su cabeza ronda una idea. (Dentro)
A la lejanía un grupo de gente danza baile ritual.
Mis neuronas pispean a la rondadora. Tratan de atraparla, de comprenderla pero no pueden.
La pantera acecha.
A mi lado se sienta. Acaríciole los cabellos.
Ofúscase y quítame la mano.
La pantera salta.
El baile se detiene. Chamán del grupo enciende fogarata.
Levántase ella. Trato de detenerla.
La pantera cae sobre el flamenco.
El fuego crece y el grupo retorna al baile.
"No hay nada que hacer", pienso.
El sol se ahoga tornado de soles.
Acelérase el baile a un punto inhumano.
La pantera troza al flamenco en sintonías rosas.
Ella se va.
Tambores suenan.
7.11.05
robando post
Si el principio de incertidumbre es cruel es porque la necesidad de certidumbre es acuciante, de Clément Rosset en El principio de crueldad .
[…]Para terminar señalaré que el gusto por la certidumbre a menudo está asociado a un gusto por la servidumbre. Ese gusto por la servidumbre, muy extraño, pero universalmente observable también desde que existen los hombres y piensan demasiado, diría parodiando a La Bruyère, se explica probablemente menos por una tendencia incomprensible hacia la servidumbre como tal que por la esperanza de ganar un poco de certidumbre obtenida a cambio de una ciega sumisión hacia aquél que declara ser garante de la verdad (sin revelar no obstante nada de ella, por supuesto). Incapaces de mantener sea lo que fuere como cierto, pero igualmente incapaces de adaptarse a esa incertidumbre, los hombres prefieren la mayoría de las veces remitirse a un maestro que afirme ser depositario de la verdad.
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Si, esto va para Pdi
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amorcis,
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Hoy no
Hoy no (Tema del Grupo "Entre Rios")
Hoy no te cambio por mí,
es mejor que sepas cuánto siento.
Pierdo por qué tengo en cuenta
más de lo que debo.
Porque quiero
abrirme a los extraños,
hundirme en cada paso,
como el agua, tan lejos de mí,
te vi.
Perfecto inunda lo demás me haces sentir,
además me haces sentirte aquí.
Hoy sin dejar de estar mal
pido algo ajeno, cuento tiempo.
Pierdo hasta lo que no tengo,
desde cuándo quiero porque debo
abrirme a los extraños,
hundirme en cada paso,
como el agua tan lejos de mí.
te vi.
Perfecto inunda lo demás me haces sentir,
además me haces sentirte aquí.
1.11.05
robando post
La injusticia
Pienso en la injusticia del mundo y pienso en Pessoa cuando dice “Solo esta libertad nos conceden los dioses: someternos a su dominio por propia voluntad”.
La injusticia es uno de los temas que menos apologías cuentan a su favor, en cambio para su polo opuesto, para su gemelo, la justicia, el lirismo del hombre ha hecho de él ideal del ser humano, el justo medio de Aristóteles por ejemplo, la bofetada en la otra mejilla en los evangelios, luego el ideal de los santos en la edad media, la ciencia y la tecnología, el marxismo con su “a cada quien de acuerdo a su necesidad”, el welfare state, y tantas otras ideas que se me escapan y muchas que no conozco.
Pero en cada idea esta la premisa de la justicia, del ser equitativos en la repartición de los bienes (ya sean materiales, espirituales o morales), en una necia búsqueda del equilibrio a base del estatismo.
Pero lo cierto es diferente, en la búsqueda de este equilibrio, en el nombre de la justicia se han provocado los más grandes desastres, las más grandes matanzas, los más horribles episodios en la historia humana. La búsqueda de la justicia como arquetipo de la organización social ha dado como resultado una sociedad decadente, falaz, en donde los valores simplemente son mascaras de sus opuestos, los cuales en aras de emerger al sol del mundo han obtenido poder de su rechazo y se han desatado en formas tan viles y cruentas que no podemos imaginar aun las consecuencias de esta exaltación de lo ideal.
Y es que por un lado la justicia nunca podría existir, y por el otro si existiera de verdad ya el universo hubiera perecido por la falta de estabilidad en cualquier sistema. La verdadera forma del mundo, su única faz es de por si la de la injusticia.
La injusticia implica falta de concordancia, ambigüedad, caos absoluto, desintegración e integración, vida y muerte, la injusticia es un mar caótico que engulle todo lo que se encuentre en su superficie y abarca el universo entero. ¿Y acaso no es evidente que así es el mundo, un mar de caos?
El absurdo dice Camus nace de el enfrentamiento de las esperanzas de los hombres con la irracional realidad. Porque en el fondo el hombre busca en el sometimiento de los objetos su propia abdicación, pero el discurso superficial de sus actos clama por la libertad ilusoria que nunca podrá tener. La vida del hombre es un incesante periplo que lo lleva del ser al ser, y esta transformación implica su cosificación, su vuelta al vació del sentido y de la forma donde su pobre escena forma parte de una increíble totalidad.
Pensar en la injusticia que sufren los demás es una imprudencia porque no podemos saber si la injusticia no volcara su mano en buena fortuna y viceversa, anticiparnos al efecto de la injusticia en velar por un sueño ya pasado. Dice Pessoa en otro poema: “¡Que feliz debe ser quien puede pensar en la infelicidad de los demás! ¡Que estupido si no sabe que la infelicidad de los demás es de ellos¡ Y no se cura desde fuera”
La infelicidad así como la injusticia contienen siempre a su doble y hay una secreta complicidad en el mundo que nos hace intuir que una pequeña agota de felicidad en un lugar y tiempo cualquiera implica también un destello de infelicidad en otro lugar y tiempo complementario. Así como creían los cainitas, tal ves la virtud sea en si una insensatez. Un agravio contra un dios, sombra del dios que nos rige.
En ese mismo poema, Pessoa continua con otra certeza: “Haber injusticia es como haber muerte, yo nunca daría un paso para alterar aquello que llaman injusticia del mundo. Mil pasos que diera serian solo mil pasos”
La injusticia, como si fuera un atributo de Dios, tal como su ira, no es un hecho que podamos enfrentar. Por otra parte la verdad es que el mas grande sufrimiento viene de la no aceptación del discurso de lo negativo. Ya Mandeville hablaba sobre el papel de los vicios de una nación en su crecimiento y en el lobo estepario Herman Hesse menciona que el hecho de que la burguesía aun con su falta de vitalidad, fuerza y dirección logra sobrevivir solo a causa de sus outsiders. Un sistema solo se puede sostener a causa de la organización de su propia energía, pero su crecimiento depende de situaciones caóticas ya sea en su interior o su exterior que lo obliguen a adaptarse y transformarse.
La figuras de alteridad sirven para el propósito de mantener un sistema en movimiento y en momento de cambio estas se ven multiplicadas con el propósito de que destruyan la organización subsistente en el sistema y la sustituyan por una diferente.
No hay que olvidar que el mundo (en la tradición babilónica) fue creado del caos (Tiamat) a través de su derrota a manos de Marduk, su propio hijo. También Dios (en la Biblia) crea al mundo a partir de las sombras, en el relato bíblico más que crear, Dios moldea al mundo a partir del material vacuo.
En la mitología Persa el dios del tiempo crea al mundo en total armonía, pero al sentirse solo desea un hijo que lo acompañe, sin embargo este hijo nace dividido y entonces Ormuz representa al bien y Ahriman al mal.
El mundo creado a partir de la nada, el caos, las sombras es un mundo en donde el mal ha nacido primero que el bien y el domina el espacio infinito, ir contra él es ir contra la naturaleza del universo.
Por eso lo decadente es tan fascinante, desde las modas agresivas, hasta la literatura obscena. Aclaro en cuanto a la literatura obscena, no es literatura menor, al contrario, y es obscena porque presentan al mundo tal como y en el proceso lo magnifican, se me ocurren en este momento las obras de Faulkner, de Fante, de Bukowsky, cuyo orden no es coincidencia. El hablar de las clases marginales es un atributo de la literatura de nuestra época, una época victimista y aséptica, eufemística. Pero se muestra claramente el postulado de Hesse, y nos muestra a la vez que la injusticia y la infelicidad (como su consecuencia) reinan el inframundo que sostiene nuestra estructura social preponderante.
La injusticia crea el mundo, y la justicia es solo su sombra aciaga, su reflejo imperfecto. Una ilusión de la que el hombre pretende vivir, porque eso es todo lo positivo, solo una magia de mago de plazuela que sin embargo se ha fundido con el imaginario social para convertirse en el ideal.
Debemos, si queremos someternos a la unicidad, aceptar la injusticia del mundo tal como Pessoa acepta que una piedra no sea redonda, debemos aceptar que nunca habrá justicia porque eso seria una aberración para la creación, tan perfecta, en ese momento tal vez nuestros demonios puedan hacer comunión con nosotros y entonces, quien sabe, tal vez nos acostumbremos a la parte oculta del mundo.
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