28.5.13

La muerte de la polilla y otros ensayos
















de Virginia Woolf
(La Bestia Equilátera, 2012) 

Virginia evita los lugares comunes, la seguridad. Vivió a caballo entre los siglos, de 1882 a 1941.  En palabras de Borges su obra “está cargada de delicados hechos físicos”. Al leerla sentimos la inquietud que la mantiene siempre expectante, atenta a lo que pasa a su lado. Podemos pensar que su extrema sensibilidad la llevaba a lindar la locura –estado que en la vida de Virginia era llamado borderline. Citando a Stan Lee “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”: la locura que la ayudo a escribir esa obra única, eventualmente la llevó a colocarse su abrigo, llenar los bolsillos con piedras y  lanzarse al río cerca de su casa. Con este pensamiento colocaríamos sin querer la imagen de Virginia dentro del marco de esa fragilidad femenina enaltecida por la época victoriana, imagen con la cual ella rivalizó con toda su obra; y no hay que ignorar que tanto ella como su hermana fueron niñas abusadas sexualmente hasta entrada la adolescencia por parte de sus medios hermanos, lo que según estudios realizados tras su muerte fue lo que provocó sus crisis y posteriores períodos depresivos.           
           
Los veintiséis ensayos que conforman este volumen dan testimonio de sus pasiones. Seleccionados por su esposo Leonard luego de su muerte, la mayoría de los textos habían sido publicados en periódicos, y habían sido revisados por Virginia varias veces, aunque hay un par de excepciones “que fueron escritos a mano por ella, como de costumbre, y luego pasados a máquina sin mucho cuidado”. Uno de estos escritos es el que da título al libro, en donde relata como el ver agonizar un insecto la obliga abandonar el lápiz para envolverse en reflexiones sobre el poder de la muerte sobre la vida, sobre esa lucha desigual que se sabe perdida de antemano. “Quizás sea por eso que cuando la vida oscila y retumba, tenemos la sensación de un altar de servicio, de sacrificio, ante el cual, antes de salir, nos arrodillamos” dice en otra parte.   
¿Cómo debe dar esta pelea el ser humano? En sus lecturas de Madame de Sévigné, de Horace Walpole, de William Cole va encontrando respuestas: son los lazos fraternales lo que da sentido a lo que en conjunto ella denomina “El arte humano” y en lo que deposita las esperanzas de salvación de la civilización occidental: “cualquiera sea la ruina que arrase el mapa de Europa en los años venideros, es un consuelo pensar que todavía habrá personas capaces de quedar absortas ante el mapa de un rostro humano”. Los ensayos “Merodeo callejero”, “La anciana señora Grey”, o “Tres pinturas”, son una muestra de cómo aplicaba este arte. Como dice una poeta que conozco: “fraternizar te cura”. Virginia resalta la importancia para Walpole de “la bendición de su pequeño público” y como no pensar en lo importante para Virginia que fue la bendición de esos amigos que quedarían en la historia bajo el nombre del “Círculo de Bloomsbury”, entre los que se encontraba el propio Leonard, con quien comprarían una imprenta y fundarían la editorial Hogarth Press, que publicaría entre otros a la propia Virginia, a Katherine Mansfield, a T. S. Eliot, a Sigmund Freud. Como dice Virginia “la única manera de leer cartas es así, como con un estereoscopio. Horace es, en parte, Cole; Cole es, en parte, Horace; la cocinera de Walpole es, en parte, Cole; por consiguiente Horace Walpole es, en parte, la hermana de la cocinera de Cole”. Nadie esta nunca solo.
El texto más largo está dedicado a Henry James. Es particular el recorte que ella realiza de su obra: recupera un relato que describe los horrores de la guerra publicado en 1914, el último volumen de sus memorias y sus cartas. Esa selección rescata la figura del James público por sobre el novelista, como si quisiera decirnos que el artista no debe estar distante del ciudadano, son la misma persona: El compromiso público es imperioso. No cree en el arte por el arte. Sentencia en “Gajes del oficio”: “las palabras no son útiles”. La escritura es un lugar de conflicto: “¿Cómo podemos combinar las palabras viejas en órdenes nuevos para que puedan sobrevivir, para que puedan crear belleza, para que puedan decir la verdad?” se pregunta quien en vida fue considerada “el primer novelista de Inglaterra”. Dejándonos el siguiente consejo en “Carta a una joven poeta”:“Encontrar la relación correcta entre ese yo que conoce y el mundo de afuera”.         

El lugar de la mujer en la sociedad fue una de sus grandes preocupaciones. En “Profesiones para mujeres” retoma lo dicho en su libro “Una habitación propia”, y agrega: si bien el lugar físico es necesario, una vez conseguido es forzoso tomar consciencia del sitio que se le ha confinado a la mujer. “¿Qué es ser mujer?” es la pregunta se hace y le hace a todas las mujeres. ¿Cuál es el lugar de la mujer hoy? ¿Ha cambiado algo desde la época de Virginia? Marge Simpson al ver remodelada su cocina, exclama: “cuando Virginia Woolf dijo que todas las mujeres necesitaban una habitación propia, seguramente se estaba refiriendo a una cocina como esta”. Entendemos la ironía en la frase: ¿pero cómo entender hoy que una popular marca de cervezas contraponga como habitación de los sueños un cuarto heladera lleno de cervezas para los hombres a un vestidor repleto de zapatos para las mujeres?    


Publicado en No-retornable

Amor Ciego



de Victor Sawdon Pritchett
(La Bestia Equilátera, 2011) 


Se sabe, cada época reconstruye el relato interpersonal, la manera en que se manejan los afectos, su ética. Hoy, el amor ciego es más aquel que nos oculta los defectos de la otra persona que el enceguecido que vuelve loco al Orlando de Ariosto. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor entonces? Pritchett pregunta donde Carver afirma, colocando sus respuestas tan lejos de la ironía pesimista de éste como del cliché rosa de las telenovelas. Su respuesta se mueve en el circuito de mistificaciones, prohibiciones y miserias que llevan a negar al deseo para perpetuar la hipocresía de las buenas maneras. Alrededor de esta hipocresía asumida con reparos íntimos, entreteje las tramas con voces que hablan de un universo amenazante aunque precario, como si en algún punto entendieran que la intimidación de las jerarquías no es tan terrible.
Victor Sawdon Pritchett,  (Gran Bretaña, 1900-1997) trabajó en su juventud en un almacén de curtidos, fue viajante comercial y ayudante de fotógrafo en París. Verdadero autodidacta, su trayectoria incluye entre otras cosas ser escritor de cuentos, novelista, crítico, biógrafo, trotamundos, consultor de Hitchcock, hacer propaganda y guiones para los aliados. Fueron sus cuentos -que comenzó a publicar en “La virgen española y otros relatos” (1930)- los que contribuyeron a su fama.
Amor ciego se publicó originalmente en 1969; un año antes los Beatles habían estrenado su película Submarino Amarillo. Con las guerras mundiales el centro del mundo se había desplazado de Londres a Washington. La inocencia se había perdido en Auschwitz.
Aparte de ser objetos estéticos, tanto Submarino Amarillo como Amor Ciego son piezas arqueológicas que reflejan lo que ocurría en esos años. Mientras en la película, la música de los Beatles batalla contra los Blue Meanies -criaturas malvadas que oprimen al planeta volviéndolo un lugar aburrido-, en sus cuentos Pritchett no cae en maniqueísmos, por lo que el monstruo invisible que intimida al personaje de “El santo” – y que bien podría ser interpretado como un pariente de los adversarios de los cuatro de Liverpool-  está ahí simplemente, y lejos de asustar más bien se internaliza en los personajes, haciéndoles dudar de su fe: “el simio que a mí solamente me seguía ya estaba dentro del señor Timberlake, comiéndole el corazón”. El sueño de la razón produce monstruos, nos dice Goya. Pritchett agrega: “la vida era un sueño, pensé; no, una pesadilla, porque el simio estaba ahí, a mi lado”. Por eso trata de mantener a la razón lúcida, despierta. Probablemente eso torna torpes a los protagonistas. Si estas historias fueran un programa cómico de TV inglés sus protagonistas serían sucédanos del conocido personaje de Mr. Bean que tratarían de disimular con indeferencia burocrática sus tanteos al vacío. En un mundo en el que los otros se mueven con la comodidad de saber que están siguiendo códigos preestablecidos los personajes de Pritchett se permiten dudar sin encontrar respuestas y continuar viviendo de manera digna. En la búsqueda de este nuevo sentido están solos y se ven obligados a esconder sus intentos ante los demás. Imaginemos un episodio de Mr Bean en que los demás son Benny Hill: los guiños de Benny no encontrarían complicidad en Mr Bean, quien los miraría con una perplejidad absoluta e hilarante.
Esta profunda fe en la razón consciente, esta visión ética del mundo, es acompañada de una prosa nutrida en descripciones, como si quisiera darnos a entender de esta manera las eventualidades de cada personaje y justificar sus procedimientos. Quizá esto provoca a sus protagonistas a esperar el desenlace de sus conflictos con calma, resignados al contexto de su existencia. No es positivismo lo que pregona. Él cree en el hombre.
Carl Schmitt plantea en El concepto de lo político que la idea de amigo/enemigo nace de la expresión de la necesidad de diferenciarse. El contraste entre nosotros/ellos establece un principio de oposición y complementariedad. Nos construimos a partir de las diferencias. Esas mismas diferencias vuelven otro al enemigo, y sirven de coartada para el exterminio, para la esclavitud.
Con su narrativa, Pritchett intenta acercarnos a la experiencia del otro como semejante: nos invita a reconocerlo en su humanidad sin particularizarlo. “Qué irreal parece la gente bajo las lámparas de sodio” dice en “La bella de Camberwell”. Hay que ver con todas las luces del día. Intenta formar en sus lectores una razón de los sentidos, una razón que no sea ciega, que no se deje obturar. Esa es su esperanza. Como le hace decir en “El regreso” a un ex combatiente: “mientras nosotros considerábamos la guerra como una desgracia que nos había ocurrido a nosotros y a los de nuestro bando, él la consideraba una desgracia que les había ocurrido a todos”. Hay que ver antes de juzgar. Es esa actitud la que lleva al narrador de  “Sentido del humor” a sentirse orgulloso de la muerte en un accidente de su contrincante en el amor de una joven. Sentirse orgulloso de la muerte de alguien es raro, ¿no? El significado de la palabra orgullo para la Real Academia es “arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas”. El personaje no está orgulloso de la muerte, está orgulloso porque tanto su contrincante, como la joven deseada, como él mismo hicieron bien las cosas.
Afortunadamente esta didáctica es acompañada en la escritura por argumentos simples, sin moralejas, de manera que la pretensión ética pase disimulada. Pritchett quiere enseñarnos a ver, no darnos anteojos. El cuento que da nombre al volumen puede resumirse en un ama de llaves que esconde una horrible marca de nacimiento y que se enamora de su jefe –un no vidente que lleva su ceguera con disimulo para mantener su dignidad-. La metáfora se teje entre la ceguera de los ojos y la ceguera de las acciones cuando el ama de llaves ve su engaño amenazado al recurrir el ciego a un curandero para devolverle la vista.
Al comenzar la lectura de cualquiera de estas historias uno queda atrapado. Barthes señalaba a propósito de la fotografía dos elementos: el studium y el punctum. El studium tiene que ver con el significado universal de una fotografía. El punctum, en cambio, es personal “puede llenar toda la foto” (....) aunque “muy a menudo sólo es una detalle”.  

Son los detalles lo que dan intensidad a estos relatos, tanto que inquietan.

 Publicado en No-retornable

9.4.13