
Desamparado el dedal esperaba sueños didácticos que lo sacudan de la imperiosa duda que lo invadía en ese momento. Quizás pedía demasiado, pero así es la vida de éstos célebres instrumentos. Esperar la tarde completa sin dejar ni un espacio siquiera para que el cansancio se instale: el instrumento realizando certeras danzas al solo efecto de asediar la esperanza. Ningún daño en su haber, todas las cicatrices de su cuerpo son ya de fábrica. Semejar la figura de su vida a la de un caracol en el jardín que en busca de cálidas hojas verdes amables por allí hurgue con todo el ardor que pone un buen detective en la elucidación del enigma. El espíritu afiebrado, el cuerpo no resistiendo apenas la intriga, él sólo un temblor de hojas sacudiéndose al viento. Disfrazar su miedo como un niño en su cuna para averiguar lo inaveriguable. Y siempre siempre el latido a flor de boca, como si tuviera un hambre tremenda y ya se estuviera acercando cansino a la cocina que se asombrosamente se encontraba perfectamente asoleada en la tarde de otoño.