29.11.05

Percepción en los ocasos -cuento-

Tenía yo veintiocho o veintinueve años. Me había quedado sin trabajo y eso no podía importarme: estaba en un período en el que no se piensa, sólo se siente, en el que las cosas pasan como si formaran parte de una película y no de tu propia vida. No hacia más que levantarme temprano para escaparme de casa antes de que padre tuviera oportunidad de atraparme con discursos que -él suponía- harían de mí una persona de provecho. Las más de las veces me iba caminando hasta el centro, solía llegar a la plaza Rivadavia alrededor de las nueve y cuarto. Casi siempre me sentaba en el mismo banco. Ahí leía algo o no más miraba subir al sol. Regresaba a casa para almorzar y tirarme a dormir la siesta. Ni bien anochecía volvía a salir.
Los días de lluvia tomaba el micro y me iba a pasear por galería Visión 2000 o visitaba algún amigo -lo cual, además, me proporcionaba los placeres de un segundo desayuno.
Fue en uno de esos días en que Paula llamó a casa. Yo estaba durmiendo siesta y su llamado me despertó. Debo acotar que no hay nada que me moleste más que el que me despierten de la siesta. De mal humor atendí, pese a que Paula aún me dolía. Su voz me enterneció al punto. Me pidió que vaya a verlo presuroso, que me necesitaba. Al cortar me descubrí despierto y asombrado, no tanto por el pedido sino por el hecho de que acudiera a mí luego de tanto tiempo. Me vestí a las apuradas y fui en bicicleta hasta su casa, esto es a unas cuarenta o cuarenta y cinco cuadras de la mía. En menos de quince minutos estaba ahí. Al llegar me sorprendió que la puerta de calle estuviera abierta. De todos modos toqué timbre y, como era de esperar, nadie atendió, así que apoyé la bicicleta en el marco de la puerta y entré. Adentro estaba todo oscuro, aparte de la puerta todo estaba cerrado. Intenté encender las luces pero fue en vano. Recorrí las habitaciones con miedo, como adivinando lo que habría de encontrar. A tientas llegué hasta el dormitorio más lejano y allí la encontré, llorando.
Pero disculpe mi bárbara exposición. Usted lo que quería saber era qué le había pasado a Paula y no mis peripecias. Vayamos al grano. Claro que hace tiempo de lo ocurrido, tanto que la memoria se me escapa -usted sabe que me estoy refiriendo y por eso no se lo voy a explicar. De todos modos le diré que antes que yo, Augusto César Moreno, tuviera tiempo de gritar o correr, ella me miró con esa carita tan linda que tiene. He dicho que la casa estaba a oscuras, en ésta habitación un poco de claridad se filtraba a través de unas ranuras en las ventanas. Eso me alcanzaba para distinguir los contornos de las cosas. Así fue que pude darme cuenta que la habitación había sido vaciada: no había muebles, ni cortinas, ni posters en las paredes; nada, sólo el cuarto vacío y Paula atada a una silla, llorando. De pronto como que me reconoció y dejó de llorar, bajó la vista y dijo, con una voz que jamás le había escuchado: “Te quiero, aunque no lo entendás”. Yo, mismo que un payaso, me puse a saltar y dar volteretas por el cuarto con una agilidad desconocida en mí y que sorprendería hasta a la mismísima tía Eugenia -y eso que ella no es de sorprenderse fácilmente.
Entretanto Paula había cambiado el semblante, ahora daba miedo verla, había empezado a sudar en demasía, parecía como que se estuviera hinchando, las ataduras se iban ajustando cada vez más a su cuerpo. Sus labios húmedos y pesados se movieron con lentitud para decir: “Que lejos parecen estar los días en que creíamos estar salvándonos”, con una voz de ceniza que se multiplicó en el cuarto, incesante. Yo no sabía que hacer, se me antojaba liberarla de esas ataduras que lastimaban su cuerpecito, pero algo me daba a entender que Paula estaba cómoda con esa situación. Quise hacerle una pregunta, hablarle de cualquier cosa, y de mi boca salieron burbujitas que explotaron suaves delante de su rostro. Eso la hizo reir.
Después me dijo: “Acercate ¿Te acordás que vos querías un himno de mis ojos?”. “Sí”, le contesté mientras me acercaba viendo como las cosas cambiaban y ahora estábamos frente a su casa, en otro tiempo, ella sonriendo mientras enmarcaba sus ojos con las manos. Y el cuarto volvía a cambiar en otra cosa siempre distinta, en todos los recuerdos o sueños que tuve de ella jamás. Y siempre cambiar hasta que todo quedó en un pantano en el que estábamos enterrados en cápsulas de vidrio. Me movía lentamente entre el lodo queriéndome liberar de la cápsula. Así andaba contorsionándome como gusano, esforzándome por llegar donde Paula. Todo parecía lejano y difuso, me creía incapaz arrastrando pesadísimas cadenas. Y el pantano se tiñó de rojo, era una inundación de sangre, ella se encontraba pariendo a través de sus manos destrozadas (el volumen parido escapó ágil de la madre y en el acto trató de pararse para luego caer dando llamaradas de fuego y morir, cosa que yo no esperaba, tornándose un coágulo deforme y pegajoso chorreante). A todo esto ella repetía en el inmóvil sol secreto de sus labios podridos y agusanados la frase: “Que lejanos parecen estar los días...”, como si eso la salvara, como si las palabras sirviesen de algo estos tiempos de Dios y las lágrimas apagasen el dolor de estas llagas en mi cuerpo. Me sentía cada vez más helado, cada vez más paralizado, como si también mi sangre se estuviera perdiendo. Llagándome a matar mi vientre reventó manchando todo contorno de un amarillo-verdoso increíble. Sentí desinflarme, toque la nada cuando no hubo tiempo y en las espaldas el dolor como de algo queriendo nacer me obligó gritar al perder mi forma como un aguaviva derritiéndose al sol. En ese momento ella pidió mis ojos como ofrenda y yo se los di, orgulloso. Ella los tomó (¿Con sus manos? ¿Con sus piernas? ¡No! Con su cabeza, acomodándolos con su cuello entre el mentón y el pecho) y se los comió gustosa antes de preguntar: “¿Qué se habrá hecho de las causas perdidas? ¿A dónde irán a parar las banderas destrozadas?”, e incendiarse completamente como un sol y ascender por los aires mientras yo simplemente me convertí en una mancha informe en el piso de su cuarto que ella borró con el solo poder de su belleza al cantar “La pulpera de Santa Lucía” y volverse más linda que nunca con ese ardor en los dientes que invita a los ocasos a danzar detrás de las cortinas.

12 comentarios:

.::PaLoMa::. dijo...

Me siento cada vez más helada, cada vez más paralizada, como si también mi sangre se estuviera perdiendo...Déjame citarte, porfavor.
Muy pero muy gráfico lo que escribiste, de verdad me llegó. Te han arrebatado los ojos, para ser devorados y ver esa vida de otra forma. Para no aburrirse más con la rutina, para poder viajar en bici más seguido y dejar de sentirse a los 28 o 29 como un nadie. Aunque seas infierno, aire o un simple grano de arena.
Besotes, cuidate.."Augusto"
.::PaLoMa::.

Roma dijo...

mmmmmm, suena como bizarro......como el guion para hacer un cortometraje....
a mi tb me pone loca q me despierten de la siesta.....
salut!

almena dijo...

mmm prende desde el principio tu relato, para ir ascendiendo en desasosiego, en inquietud, en ganas de saber...

Felicidades.
Un abrazo

Nene Tonto dijo...

muy bien escritooo, tenés que dedicarte pura y exclusivamente a escribir

Anónimo dijo...

Reconozco que no he tenido tiempo ni de respirar( el que he tenido libre lo he dedicado a actualizar, y apenas me dedico a responder a quienes postean, pero nunca te habia olvidado, aunque no lo creas...). Ahora he leido todos los post que me perdi (como dejar de hacerlo?)

cuando escribo demasiado sobre mí (en realidad, "sobre mi" está de más), siento como si fuera una pelicula mi vida... así que conozco la sensación...

"bárbara exposición"? de hecho, hasta ese momento me interesaba más saber lo que te sucedía a ti... considerando lo que sentías, digo...

me pregunto si al final la vio con los ojos del corazón..??
me gusta, alguien por ahi dijo que tu historia "prende", y si que tiene razon

principio de incertidumbre dijo...

A mí encantó el cuento. Es de las cosas que amo leer.

Paso luego a decir un par de cosas.
Ando apurada.



P.D. hace cosas tan lindas como usted.

Zarat dijo...

muy descriptivo!!! y despues de tomar sus ojos vio cuanto la amaba?

Fer dijo...

¡¡CLAP CLAP CLAP CLAP!!

Muy bueno.

Cualquier otro comentario que intente añadir a la breve frase anterior sería puro pleonasmo.

Xi dijo...

Tu cuento, surrealista, me recordó de súbito una bellísima novelita de Vicente HUidobro, un escritor chileno, llamada "Salvad vuestros ojos" (Novela posthistórica), que está incluida en el volumen Tres inmensas novelas y que tiene ese corte a la vez loquísimo y conmovedor. Me gustó mucho.

Un abrazo de cronopio huidobriano.

williepooh dijo...

Como siempre, un placer pasar por su blog...
Saludos...

zombre dijo...

ESO DE DARSE CUENTA DE QUE ESTA HECHO UNO ES ESPELUZNANTE

Explorando dijo...

gracias a todos por la visitas!!

(ultiammente estoy un pococ colgado ¿no creen?)